Una característica esencial de los bodegones de Català está en la depuración, en su composición de contaminaciones suntuosas, consiguiendo con ello una complicada simplicidad del tema. La concepción de orden inunda todos sus cuadros, al que llega por un estudio exhaustivo de la geometría. Cualquier elemento es reflejo de una esfera o un ovoide, un cilindro o un cono, o incluso los paños descompuestos en pliegues y arrugas mantienen una esquematización estelar o radial. El pintor se hace geómetra, aplicación básica para cualquier artista, y a través de sus respetos la traduce en conceptos íntimos de transmisión estética.
La labor compositiva de Català se desarrolla a partir de la originalidad y la personalidad del autor. Los precedentes pueden ser varios, desde la sencillez y austeridad de las obras de Zurbarán y Cotán a la constitución de las obras a partir de las vibraciones y los intervalos entre vacío y masa de Morandi. Català absuelve segmentos y teorías para crear un mundo propio continente de equilibrios y cálculos atemporales que traspasan el alma de la simple conjunción.
A partir del informalismo, Català consigue con su intervención “relajar” la escena, hacerla natural y cotidiana. Pero a su vez, en la gran mayoría de sus obras, la atención se eleva a partir de un proscenio espectacular entre el cuadro y quien lo contempla. Todo está cuidado, donde la menor alteración del motivo cambiaría la simetría y el equilibrio. Las telas han sido dobladas y arrugadas desdeñando el acto reflejo que pueden aparentar, donde el trasiego cotidiano y descuidado se ausenta del modelo elegido para presentarse como fondo o elemento que ensalza la exhibición de los objetos como escenario estético. Estas funcionan como valedoras de una mayor riqueza de ritmos internos en el cuadro a partir de la transfiguración del arco al círculo, de lo radial al vértice y del juego tonal a los contrastes que soporta. |